sábado, 19 de enero de 2008

Por Raphy D´oleo
Espectáculo / Listín Diario
La no inclusión de algo que llaman merengue de calle en los Premios Casandra ha generado una erupción sin precedentes en un volcán cuya magma ardiente ha salpicado a algunos miembros de Acroarte. Y es que la situación se pone difícil cuando nos ponemos de espaldas a la realidad que nos rodea.

Lo que ocurre en calles y barrios del país con este fenómeno es suficiente motivo para un enjundioso análisis sociológico. Pero pienso que dos causas fundamentales provocaron la explosión de este subgenero musical: las influencias surgidas de las invasiones rap-reguetoneras y la posibilidad de realizar temas sin las exigencias económicas y de conocimientos musicales que el mercado formal exige.

Durante los últimos años, la discusión sobre el merengue ha copado los medios de comunicación de una manera apabullante. La aparición de agrupaciones musicales con pobre lírica, trepidantes arreglos y reiterativo engranaje melódico, ha convertido la radio y discotecas en un rin desarmónico donde pelean en pareja el mal gusto y el baile canino.
Todo esto ha traído consigo la llegada de un mal llamado merengue de calle. Los que siguen el curso de nuestra música no han logrado comprender que esta denominación ofende la inteligencia nacional, toda vez que conceptualiza un género en base a expresiones idiomáticas barriales y no en función de los elementos rítmicos que lo caracterizan.
Desde hace mucho tiempo son nimias las transformaciones que ha sufrido nuestro ritmo vernáculo a partir de cuando se incorporan nuevos elementos sonoros al original güira, tambora, guitarra y posteriormente el acordeón. Todos esos cambios no han sido más que adornos de primera mano, realizado por grandes músicos con un amplísimo dominio armónico, pero respetando la esencia básica. Personajes que en base a estudios rigurosos colocan sus capacidades al servicio de un género que debería tener mejor suerte.
No soy de los que se escudan tras una cortina de conservadurismo extremo e hipócrita para criticar a un grupo de muchachos que más que aportar al desarrollo de nuestra música se preocupan por ir “en busca del moro perdido”. Su norte no va más allá de la línea que divide la herejía de la necesidad. De ahí su cara de ignorancia. No entienden que los fenómenos sociales son reflejos obligatorios de las realidades que nos rodean.
El autor es locutor
y empresario artístico
 
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